La distopía que nos anunció Aldous
Huxley en su novela “Un mundo feliz” está en marcha. El Presidente
norteamericano, Barack Obama piensa invertir en los próximos diez años al menos cien millones de dólares en mapear el cerebro humano y sus funciones. Desde
hace tiempo se veía venir la intención de explorar con las nuevas tecnologías
que lo permiten, las características del
órgano que nos hace realmente, más que ningún otro, alcanzar la condición de seres humanos.
Pero, ¿resistirán la tentación los poderosos de clasificar a los seres humanos según los resultados obtenidos? Creo que no, que tratarán de categorizar e indexar a los seres humanos en función de sus necesidades y propósitos. Sin embargo, es interesante que se estudie la relación entre lo mental (la esencia del ser humano) y lo cerebral (el sustrato material de la mente).
Pero, ¿resistirán la tentación los poderosos de clasificar a los seres humanos según los resultados obtenidos? Creo que no, que tratarán de categorizar e indexar a los seres humanos en función de sus necesidades y propósitos. Sin embargo, es interesante que se estudie la relación entre lo mental (la esencia del ser humano) y lo cerebral (el sustrato material de la mente).
Algo similar a lo que pretende
hacerse en los Estados Unidos, se hizo en España por medio del extenuante
trabajo de nuestro premio nóbel, Santiago Ramón y Cajal, que compartió galardón
en 1906 con Camilo Golgi, autor de la tinción que permitió estudiar por primera
vez las neuronas y las sinapsis que las relacionan. Con un microscopio
convencional, recursos limitados y mucha paciencia, don Santiago elaboró “la
doctrina de la neurona” que permitió comprender el funcionamiento del tejido
nervioso y su relación con los demás tejidos del organismo humano, de forma pionera.
Tampoco es la primera vez que se
intenta esta aventura de descubrir la relación mente-cuerpo; conocidos fueron
los experimentos de Franz Joseph Gall y la frenología en el siglo XIX, que
trataron de asignar determinadas actividades del ser humano a determinadas
zonas del cerebro, estableciendo que el cerebro era el órgano de la mente. De
la frenología se derivaron otras “ciencias” como la craneometría (conocer las
características de la personalidad por el tamaño del cráneo o el peso del
cerebro) y la fisiognomía (deducir características humanas por los rasgos
faciales). Sin embargo todas estas aventuras terminaron en el armario de las
desventuras, junto con otros proyectos similares.
Es posible que los nuevos recursos tecnológicos permiten alcanzar conocimientos que hace pocos años eran imposibles. Tanto
a nivel de recursos de observación, con las técnicas de resonancia magnética,
las tomografías axiales computerizadas, los estudios dinámicos y vasculares
relacionados con actividades cerebrales, unidos al procesamiento de todos los datos a
velocidades impresionantes, nos pueden ofrecer un acervo de resultados que
pueden ser muy interesantes.
No obstante, el problema de la
relación completa y compleja entre la mente y el cerebro todavía dista demasiado de su
conclusión, porque la pretensión reduccionista de atrapar a la mente en su jaula
orgánica no es más que una ambición irresoluble que, si podrá concedernos mucha
información nueva sobre muchas condiciones y circunstancias implicadas en
nuestra forma de pensar, sentir y hacer, de relacionarnos con nosotros mismos y
con los demás; pero la complejidad del proyecto es tan extraordinariamente descomunal que
posiblemente nunca concluya.
Los investigadores pueden obtener
numerosos resultados, pero los resultados no ofrecen el criterio para comprender
su importancia o entender su finalidad. Se podrá llegar a conocer sin duda en
que parte del cerebro surgen las reacciones o se desarrollan los procesos
implicados en ellas, incluso que las provoca y como se manifiestan
externamente, o que percepción interna producen, pero hay algo que será prácticamente imposible resolver por muchos estudios que se realicen: la diversidad de reacciones ante los mismos estímulos
Ante determinados estímulos unos seres humanos ofrecerán una respuesta y otros responderán de forma diferente, posiblemente utilizando distintas áreas y funciones de su cerebro, porque la diversidad de aprendizajes y la exposición a experiencias alternativas les hará reaccionar de forma distinta. Si bien todos los cerebros pueden ser similares en el nacimiento, a medida que van incorporando experiencias van transformándose. Es fácil de comprender, cuando a un ciudadano cualquier capital europea le preocupa más que le atropelle un coche al cruzar la calle que arremeta contra él un rinoceronte, algo que sería inverso si el ciudadano viviera en una selva africana donde hay rinocerontes y sin embargo no hay coches.
Ante determinados estímulos unos seres humanos ofrecerán una respuesta y otros responderán de forma diferente, posiblemente utilizando distintas áreas y funciones de su cerebro, porque la diversidad de aprendizajes y la exposición a experiencias alternativas les hará reaccionar de forma distinta. Si bien todos los cerebros pueden ser similares en el nacimiento, a medida que van incorporando experiencias van transformándose. Es fácil de comprender, cuando a un ciudadano cualquier capital europea le preocupa más que le atropelle un coche al cruzar la calle que arremeta contra él un rinoceronte, algo que sería inverso si el ciudadano viviera en una selva africana donde hay rinocerontes y sin embargo no hay coches.
Estos experimentos que comienzan con fuerza en la segunda década del siglo XXI, que se proponen entender la relación entre la mente y el cuerpo, parecen recordar
aquella anécdota de un personaje de un lugar remoto que ante un programa de
televisión la emprendió a golpes con el aparato para liberar a los personajes que
estaban dentro, aunque lo único que logró fue quedarse sin televisor y no
volver a ver nunca a los diminutos seres encarcelados en aquell cárcel con una ventan.
Nunca sabremos por que Don
Quijote veía gigantes donde Sancho Panza veía molinos, cuando los dos miraban
lo mismo. El cerebro nos podrá conceder información sobre la realidad material en los seres humanos de forma ecuánime y homogénea, desde una perspectiva nomotética; sin embargo, cuando se introducen cuestiones simbólicas cada cerebro es completamente diferente a los demás, tan diferente como el genoma, por eso será difícil que dos cerebros reaccionen da la misma forma ante determinados estímulos. Nunca reaccionará de la misma forma ante una sinfonía de Bethoven el cerebro de un compositor o un melómano que el de un profano que detesta la música clásica.
Enrique Suárez Retuerta