jueves, 2 de agosto de 2007

Contemplando al hombre incompleto

No hace mucho tiempo, hojeando un libro de arte, descubrí un ejemplo de la diferente forma de pensar en Oriente y Occidente. El motivo era el mismo, el uso simbólico de la tierra como lugar de enterramiento, como algo sagrado, pero la forma de abordarlo era sustancialmente opuesta.

El relato describía que en unos territorios próximos a la antigua Babilonia, fue inhumada hace muchos siglos la familia de Alí, sobrino del profeta Mahoma. Esta tierra, declarada santa por acoger la “sangre” de Alí, ha venido siendo utilizada desde hace muchos siglos como cementerio, al que los fieles acuden a enterrar sus muertos desde lejanos lugares, en ocasiones, situados a cientos de kilómetros.

Bien al contrario, los ciudadanos de Pisa, en una de sus excursiones a Tierra Santa, se trajeron hace varios siglos tierra del Monte del Calvario para santificar su camposanto. Ahora, cuando los pisanos fallecen, yacen en un lugar más sagrado, por que han mezclado su tierra con la del lugar donde Jesucristo fue ajusticiado.

En términos psicosociales, el ejemplo oriental, se puede considerar como una acomodación, es decir, una forma de adaptación que respetando el medio, busca su integración en el mismo. Mientras que la versión occidental, se puede entender como una asimilación, forma de adaptación que cambia el medio a la medida de las necesidades de las personas que lo habitan.

En el magnífico libro de Luis Racionero, “Oriente y Occidente”, publicado en Anagrama, se recogen algunos ejemplos más sobre la diferente mentalidad de los ciudadanos orientales y occidentales, y de sus distintas formas de adaptación a la realidad; las diferencias son tan importantes, que no hay posibilidad de establecer un criterio compartido. Hay una frontera insoslayable entre las civilizaciones actuales, que proviene de la divergente evolución histórica que han tenido.

Y es que los criterios para discurrir por la vida o para interpretar el mundo, son tan diferentes, que resulta imposible la convergencia, y mucho menos la enculturación, es decir, la imposición de unos esquemas de pensamiento ajenos, diferentes a los propios de la cultura autóctona. La resistencia rural a la adaptación a las costumbres urbanas, es un ejemplo de acantonamiento cultural similar, de survival, que nos resulta más próximo.

Resulta evidente que cualquier proceso que intente socavar las estructuras religiosas, sociales o políticas de Oriente, por la preponderancia técnica, militar o económica de Occidente, está condenado al fracaso y al conflicto. Aunque se puede vencer sin convencer, la costumbre es tan poderosa como la inercia, y siempre retorna las aguas a su cauce.

Se equivocan quienes piensan en términos de globalización, que el problema entre los musulmanes y los cristianos es de índole religiosa, económica o política, y que se resolverá de la misma manera que la asimilación soviética al modo de vida occidental, tras la caída del muro de Berlín.

Esto no será así, lo saben bien en Rusia, tras varios siglos de dominación colonial en las repúblicas asiáticas de fe coránica, sin lograr implantar definitivamente ni su idioma, ni su cultura.

Mirando a lo lejos, algunos avezados analistas consideran que hay ejemplos claros en Asia de asimilación cultural, y citarán países como Japón, Corea del Sur, Taiwán, como fieles emuladores económicos de Occidente del siglo XX.

Pero esta forma de percibir la realidad es un craso error; participar en el proceso global de producción y consumo, no implica para nada aceptar las reglas de existencia que impone el sistema capitalista, ni mucho menos los valores occidentales.

En los países asiáticos se rompe el equilibrio entre producción y consumo, que es el motor del sistema capitalista. Los asiáticos producen al modo occidental, pero no consumen como nosotros. En lo que se refiere a los gigantes asiáticos, China o India, sin duda serán los fabricantes de la mayor parte de los productos que consumiremos en Europa y Norteamérica durante el siglo XXI. Las condiciones de estos “países precapitalistas” son idóneas para convertirse en productores descomunales y consumidores ínfimos.

Quizás Japón sea el mejor ejemplo de transición imposible, con una economía capitalista y unas costumbres ancestrales; su pujanza económica, se debe a que se ha especializado en vendernos de todo, pero es incapaz de comprarnos nada que mejore sus vidas. Japón no ha cambiado sus hábitos de consumo, sólo ha modificado su capacidad productiva.

Los países islámicos tienen en la actualidad buena parte de las reservas petrolíferas mundiales, pero la administración oligárquica de sus recursos y las doctrinas regresivas, retrasará su participación en el negocio global, a pesar de la neocolonización encubierta que se desarrolla en países como Irak o Afganistán.

Si miramos atrás en el tiempo y hacemos un análisis histórico, la primera expansión occidental se realizó en Las Cruzadas con el objetivo de cristianizar a los infieles, pero no logró su propósito. Lo mismo se puede decir de la presión musulmana en sentido inverso.

A estas alturas de la historia, y posiblemente debido a la hegemonía material de Occidente, no resulta posible homogeneizar culturas constituidas; sólo se pueden compartir instrumentos y técnicas, realizar intercambios de todo tipo, y nada más. Las fronteras más impermeables son siempre las mentales.

Pueden permanecer tranquilos los activistas occidentales contra la globalización, que enarbolan sus protestas coincidiendo con los mítines del Fondo Monetario Internacional: no hay ninguna posibilidad de homogeneidad más allá de lo económico.

Sin embargo, algunos actores políticos, siguen manifestando su ineptitud en la megalomanía de construir un ecosistema global, con unas reglas claras y establecidas, sustituyendo en la nueva cruzada, al dios cristiano por el capital cristiano, y levantando estandartes con el símbolo del euro o el dólar, a mayor gloria, donde antes estuvo la cruz y enfrente la media luna.

Si no hay posibilidad de uniformidad civilizadora, entonces las diferencias culturales seguirán existiendo, aunque las económicas se reduzcan. El mundo parece dualizarse cada vez más, en un Oriente productor y un Occidente consumidor. Este intercambio económico hará más por la paz que ninguna acción política, pero no evitará las acciones de castigo a los que transgredan la ley global del capital.

Los occidentales no percibimos nuestra debilidad intrínseca, ocupados, como siempre, en la afición expansionista, en la soberbia del triunfo de la riqueza. La tan manida decadencia de Occidente, de la que Spengler nos advirtió, está cada día más próxima. La quiebra de nuestra cultura se produce en diferentes frentes al mismo tiempo, pero tal vez el agotamiento racional sea el más importante.

Por establecer una fecha de corte, la modernidad ha concluido con la llegada del hombre a la luna, y la postmodernidad se ha instalando con toda su fuerza, dejando de ser un tránsito provisional, para convertirse en la nueva estructura que regirá nuestras vidas.

La postmodernidad no solo es la negación de lo que hay por cuestionamiento permanente, es mucho más, es una fuerza de desocupación en los altares del Orden Occidental, tanto sean religiosos, como políticos. Es el triunfo de las ideas minoritarias que buscan la destrucción, controlada por ahora, de nuestro sistema de vida. La dinamita que se va colocando en la estructura occidental para ser detonada en el momento preciso.

Los argumentos nihilistas de la postmodernidad, son flechas envenenadas en el cuerpo doctrinal que nos soporta. La mecánica cuántica, la teoría de la relatividad, las evoluciones fractales, o los principios de la termodinámica, son el cáncer de nuestra forma de pensar. Tal vez sea el triunfo del existencialismo, pero con seguridad procuran una depuración de lo que existe.

Debemos abordar cuanto antes la resolución de un problema de larga duración que tratamos de olvidar permanentemente, por que algunas operaciones del principio, a la luz de lo que sabemos ahora son erróneas, a pesar de que la solución final parecía ser la correcta.

El sistema de conocimiento occidental ha triunfado.

Los elementos sobre los que se construye el presente, son libertad de pensamiento, crítica solemne, aceptación del caos, y propuesta de deconstrucción, relativismo y postmaterialismo. En Occidente, se existe, la vida tiende a reducirse a existencia; en Oriente, se vive, no se concibe la existencia sin vida.

Como siempre ha ocurrido, la mayoría de la gente en Occidente, vive ajena a las fuerzas que gobiernan su tiempo, pero de forma intuitiva perciben que algo está ocurriendo y toman conciencia de que el sistema capitalista sólo puede ofrecerles un modo de existencia, pero no de vida. Está claro que vivir, es algo más que existir.

Producir y consumir, es existir, pero no vivir. El sistema capitalista se alimenta de nuestras vidas transformándolas en existencias simples, extrae su energía de la felicidad que nos falta, nos hace olvidar lo que somos y nos engaña, diciendo que el dinero proporciona el bienestar, y que más dinero, proporciona más bienestar. Esta premisa tiene que ver mucho más con la ambición calvinista que con la consecución de la felicidad. A. Huxley, ya denunció este mundo en su novela "un mundo feliz", Bauman, lo ha hecho más recientemente, con sus ensayos sobre la vida líquida. Parece que no hemos aprendido nada, tras 25 siglos de evolución del pensamiento occidental.

En los albores culturales de nuestra civilización, estaba claro que la ética se había propuesto como un camino para la búsqueda de la felicidad; y que el estoicismo, el epicureismo y el escepticismo eran tres vías diferentes para acometer esta empresa.

Prevaleció el estoicismo, que se perfeccionó posteriormente en el cristianismo hasta alcanzar una posición hegemónica; pero el epicureismo y el escepticismo no desaparecieron; el primero, permaneció como contrapunto liberal y el segundo, como contrapunto crítico. Ahora, lo que estamos viviendo, es sencillamente, el atenazamiento de la doctrina del sufrimiento por sus rivales teóricos.

El cristianismo nos ha proporcionado la cultura del “hombre incompleto o impuro”, incapaz de alcanzar su bienestar por sí mismo, que necesita de lo externo para completarse, de lo material en el mercado, de lo espiritual en Dios, de lo social en el Estado; es el “vivo sin vivir en mi” de la mística española, que acaba promoviendo una cultura de la dependencia de lo ajeno.

La historia del pensamiento occidental es diáfana. El mythos se transforma en logos , la creencia en razón, y posteriormente, con la llegada de San Agustín, el logos se subsume de nuevo en el mythos cristiano hasta la revolución francesa y la reificación de Protágoras y su “homo mensura”.

Durante dieciocho siglos, se construye un modelo que busca la verdad en el mundo, a cambio de negar la verdad en uno mismo. El ser, es fundamentalmente tener, conseguir, lograr, alcanzar, que se expresa en la conquista, primero, de la naturaleza y posteriormente, de los otros.

El hombre incompleto

Ese hombre incompleto del que nos hablaron Marx, Freud, o Nietzsche, es sin duda, el elemento fundamental que necesita el mercado para construir el entramado capitalista y la imparable escalada de la producción y el consumo; es el elemento indispensable para el buen funcionamiento del sistema económico y político de los Estados occidentales.

La caída del feudalismo, asociada al ascenso de la burguesía, marca el inicio de la modernidad, de la urbanización y las grandes migraciones internas, de la concentración de poder en el absolutismo, guiando la formación de las naciones. Pero al mismo tiempo, se produce la concentración de capital que permite más tarde la revolución industrial, y los cambios en producción y consumo.

Acontece de esta forma, la enajenación definitiva del hombre, no solo de sí mismo, sino también de los demás. El contrato social de Rousseau, explica como surge la sociedad moderna, no como agregado de individuos libres, sino como colectividad anodina y manipulable.

El hombre incompleto, está condenado a vivir en un estado preconsciente, convirtiéndose en un ser parcialmente desarrollado, limitado, temeroso, vulnerable, que se diluye en la masa. Este hombre inacabado, puede proseguir su existencia dejando de ser, gracias a la fantasía totémica de creer que es, mientras tiene y puede conservar, mientras posee. La vida se transforma en existencia y lo propio pierde su condición, y deviene en propiedad.

Pero para poseer, lo primero que se debe conseguir es olvidarse de ser por y para uno mismo, dejando de preocuparse por la vida, y ocuparse de hacer cada vez más en menos tiempo, es decir, producir sin interrupción, para obtener una existencia mejor. El hombre incompleto, vacío de sí mismo, ya sólo puede “ser” de una manera: consumiendo. Consumir sin descanso, es la prueba irrefutable de adaptación plena en el sistema capitalista. Sobre este material se construye y desarrolla la revolución industrial, y se sigue estableciendo la revolución tecnológica.

¿Qué semejanza hay entre las viejas catedrales románicas y góticas del pasado y las grandes superficies comerciales del presente?, sencillamente, que la gente acude en masa a estos lugares para completarse, para adquirir lo que les falta, lo que creen que necesitan para estar bien. En las catedrales era la espiritualidad, en las grandes superficies, la actualidad.

El efecto de catarsis es similar, tras rezar las oraciones correspondientes o gastar los euros convenientes, el ciudadano se siente mejor, ha hecho lo que debía, pero ¿realmente ha hecho lo que quería?. Seguramente que no, pero consumiendo se demuestra a sí mismo y a los demás que existe, aunque no que sigue vivo.

Ese hombre incompleto no sabe muy bien lo que quiere, y menos lo que necesita para sentirse bien; cree que lo sabe, por que numerosos sistemas de persuasión, sutiles y ocultos bajo las etiquetas del marketing, hacen que así lo piense, ¿qué otro destino nos queda que consumirnos consumiendo?.

La sabiduría popular dice que no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita. Esta es la perspectiva de las culturas orientales que se encuentran en el extremo opuesto al sistema de vida occidental, fundamentalmente la hindú, (aunque se puede hacer extensivo a las culturas asiáticas y africanas), que por no ocuparse de lo material, llegan incluso a ser incapaces de proporcionar los mínimos recursos de subsistencia a sus habitantes.

Por que el ser en estas culturas no es tener, sino precisamente lo contrario, es la dependencia de lo material lo que hace al hombre incompleto e impuro, y se considera que quien más precisa, menos es.

El modelo humano más completo es el del gurú, el brahaman que ha renunciado a lo material y vaga desnudo por los caminos, sin precisar nada más que lo que sostiene su existencia, ese es el hombre santo, el que más se aproxima a la perfección.

La independencia de lo material proporciona la santidad; en la cultura hindú no se necesita ni camposanto para enterrar a los muertos, se queman en el Ganges, y la vida fluye hasta la muerte; los cuerpos, terminan siendo humo que se desvanece y no polvo que permanece.

En Occidente, el cristianismo propone también la independencia de lo material como camino de santidad, pero no supera el humanismo teórico de Séneca, cuando decía que lo deseable era renunciar, pero que él era un hombre débil y no podía prescindir de nada. La tradición cristiana real se ha construido sobre cimientos de hipocresía.

Las civilizaciones orientales se mezclan con su medio sin buscar la permanencia o la trascendencia; sus componentes, al contrario que nosotros, no han cambiado demasiado a lo largo de la historia, nosotros hemos cambiado y además hemos modificado nuestro entorno y formas de vida por completo.

Los “infieles” (¿a qué?), se consideran parte del mundo, son naturaleza, son dioses en sí mismos, permanecen y trascienden por el hecho de haber nacido y cuando mueren, se van sin armar demasiado ruido, aceptando la muerte como un medio o un tránsito, superando el chantaje del miedo al fin, en el que se ha venido construyendo nuestra civilización.

Nosotros, los occidentales, hemos dejado de ser naturales, para ser civilizados, para dominar la creación; pero al mismo tiempo nos hemos convertido en esclavos de nuestra hazaña; hemos dejado de ser esenciales, como advirtió Ortega y Gasset desde su vitalismo, para quedar atrapados en nuestras circunstancias. Lo sabemos, y por eso tenemos tanto miedo a que nos falte lo que hemos creado, ahora que ya nos falta lo que hemos creído.

El fantasma de la carencia mueve los hilos de nuestra existencia. Por eso nuestra cultura promueve los ataques defensivos a otras culturas, por eso nos sentimos desvalidos si dejamos de consumir mucho más de lo que necesitamos, por eso no podemos cambiar y dejar de ser lo que nos hacen ser. Vivimos en la apariencia y el hábito hace al monje. Desnudos, nos consideramos animales desvalidos por que hemos perdido nuestro lugar en la naturaleza.

Nuestra vulnerabilidad crece cada día, y es proporcional a nuestro miedo. Las crisis energéticas, los desabastecimientos, el cambio climático, el desempleo que impide el consumo, el terrorismo que desestabiliza el sistema, las migraciones de ciudadanos del tercer mundo que compiten por los recursos, son los nuevos demonios de la última cruzada.

Los políticos que dirigen nuestra existencia, no son ajenos a estas cuestiones y nos mantendrán sometidos a sus reglas para que sigamos produciendo-consumiendo y no dejemos de "ser felices", aunque entremos en guerra con todos los demás, aunque arrasemos con todo.

El fantasma de las amenazas

Es absolutamente falso que nuestra civilización esté amenazada por los demás, si está amenazada por alguien, es por nosotros mismos, que hemos agotado el camino al llegar al espejo de la historia y vernos reflejados, o mejor dicho, no vernos. Somos únicamente lo que hacemos y no podemos dejar de hacer, por que eso en nuestra civilización es estar muerto.

Pero no hay ningún peligro de que la globalización traspase el nivel económico, ni menos el político. La democracia es un invento occidental difícil de exportar a otras culturas. La actual frontera cultural entre oriente y occidente es aún más insoslayable que en la Edad Media, y posiblemente, a pesar de las migraciones de supervivencia que se producen en los últimos tiempos, a ningún habitante del tercer mundo se le ocurriría cambiar sus valores y sus creencias por los nuestros.

Son ellos los que nos ven como esclavos y no como hombres libres, ven que entregamos lo mejor de nuestras vidas a un sistema que nos proporciona una existencia tranquila y el desasosiego de no-ser. Por el contrario, ellos si se consideran libres, aunque se mueran de hambre.

El mestizaje resulta imposible con nuestra mentalidad colonial, ni de cuerpos, ni de ideas, y sin embargo es imprescindible para continuar adelante. Deberíamos aprender de la gente que cruza nuestras fronteras en busca de bienestar económico, porque ellos pueden proporcionarnos lo que nosotros hemos perdido, lo que le falta a nuestro individualismo egoista, para convertirse en humanismo constructor.

Lo esencial de la vida, son esas cuatro o cinco cosas fundamentales que nos ha arrebatado nuestra civilización capitalista, para poder hacernos incompletos y enajenarnos, porque así nos dispone al servicio de su ley de producción-consumo imparables, impidiendo que podamos sentirnos completos, que es el primer paso, para podernos sentir algún día felices. La civilización occidental, no está amenazada por nadie del exterior, no tiene otro enemigo más que ella misma.

En estos momentos, se incuba el huevo de la serpiente en su interior, como ocurrió en los años 30 del siglo pasado con el nazismo; la autoagresión se prepara en su seno y puede concluir en suicidio. Hay una revolución pendiente que tratará de resolver la incongruencia básica en la que vivimos: haber sustituido la esencia por la apariencia.

Parecelso, alquimista, médico, y viajero europeo del siglo XV, propuso la solución a nuestros problemas de enajenación y desencanto, en una sencilla y hermosa frase, que debería destacar en el exordio de la frustrada Constitución Europea: “que no sea de otro quien pueda ser de sí mismo”.

La libertad es el pilar fundamental de nuestra civilización, pero la organización de nuesro sistema de convivencia se debe construir con seres que se sientan plenamente completos y sean capaces de producir libertad para sí mismos y para sus descendientes. No se puede construir la libertad, y menos aún el bienestar, con seres aburridos, frustrados, adocenados, depresivos, autolimitados, agobiados, incompetentes, pasivos, simples, inertes, abúlicos, cobardes y teledirigidos. Y lamentablemente, estas son las características que prevalecen cada vez más entre los miembros que conforman nuestra civilización.

El objetivo prioritario de la próxima revolución occidental, será devolverle al hombre su esencia, que le ha sido arrebatada a lo largo de la historia, porque nuestra sociedad la ha necesitado para construirse tal como es. Sin recuperar su esencia, los seres más civilizados permaneceremos incompletos, y en esa condición, la felicidad es imposible, y posiblemente el futuro también lo sea.

Si hemos logrado dominar la creación con nuestra razón, deberíamos saber controlar nuestra propia destrucción, superando la irracionalidad que caracteriza nuestro comportamiento, pero para ello debemos reflexionar por nosotros mismos y establecer un criterio de evolución y desarrollo compartidos, más allá de las ofertas políticas que resultan absolutamente inadecuadas. Los ciudadanos estamos convocados para liderar la próxima etapa de nuestra historia, que no será otra que la liberáción de la tutela de los políticos.

Erasmo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hemos funcionado mediante un sistema que se blinda ante las culturas no occidentales; un modelo egocéntrico que desprecia otras formas de ser y estar. Ello empobrece el desarrollo económico y cultural de las naciones. La diversidad cultural es la fuerza.