martes, 5 de junio de 2007

“EL HOMBRE QUE LES LLORABA A LAS MUJERES” por Orfeo

MEDITACIONES EDÍPICAS EN LA MEDIANA EDAD

“EL HOMBRE QUE LES LLORABA A LAS MUJERES”

(Oda pagana, de Edipo a Afrodita; y muy cristiana, de un hijo a su madre bendita)

Por Orfeo

Dedicatoria: para mi madre, “Yocasta”; para una María, “ex señora, ni virgen y mártir”; y para el “incorrupto corazón y brazo a la vera del Tormes”, una santa y platónica amada.


La Diosa y las Musas que por mi boca cantan, han de desvelar lo siguiente a tres dueñas: madre, ex-esposa y “platónica amada”.
¡¿Quién soy yo, Madre?! ¡¿Quién soy?!
Por eso yo, ¡Madre!, a quien dirijo esta epístola como invocación, y reflexión más filosófica que psicoanalítica, te digo y te explico certero:
Yo soy aquel varón demediado, transterrado emigrante de mi natalicio entorno. Pues yo bendigo el terruño intrahistórico, mas maldigo la tierra que ganó aquella guerra por funestos cuervos de negra sotana. Pervertidos violadores de míseras niñas sin alma.
Yo así, y sin más, ¡Madre!, intuí tu extraño secreto, tu ambivalente y violenta ternura, tu rígido carácter de superviviente. Tu íntimo ser tan doliente. Mi inconsciente sustancia de trémulo juego de infancia. De sordo grito asustado en la noche. ¡Yo crío y fantoche!
Ahora, pues, aprehende tú mi propio misterio… ¡mi eterna Yocasta!
Yo soy aquel que sueña tristezas en grises tardes amargas. Que desde la cuna en nada se estima, al que todo lastima, por sufrir por mezquinos pecados ajenos, que en amarga posguerra, engendraron turbias heridas de amarga memoria…en los que perdieron la Gloria…en los que perdieron la Historia.
Yo soy aquel tierno infante, de enfermiza obediencia sumisa, que nunca osó levantarte los ojos, ni al padre ni a vos. El que casi todo lo debe a la escuela. Mi vital “esquela”. De discente a docente, de docente a discente. El que…Edipo fallido, en labios ajenos buscaba tus labios…el que, en fémina hembra añoraba consuelos en los años turbios de la adolescencia. Mi quebrada consciencia de pesadillas nocturnas.
Yo soy el que por tu bien y el de padre (y el que por su propia y débil angustia), aherrojó la flor de su juventud, y el licor de su deseo, en las nupcias y el yugo de institución tan añeja… ¡de trampas tan vieja!; y ello, sin haber conocido de la vida las mieles, de la vida las hieles en años bizarros. El que pecó, en suma, por llevar con pánico en sus bien aprendidos genes, tu agresividad exaltada, ¡impulsiva!, como forma de tétrico cariño y de vida. ¡Yo siempre tan niño! ¡Que gran desaliño! Al que no le preguntaron si quería decir “sí, quiero”, y sin embargo lo dijo en su inconsciencia consciente. El que con Hegel creyó cancelar y superar su antítesis, el que con Kierkegaard pensó en ascender de estadio…. De Estética a Ética… Mas… todo fue en vano.
Por eso, ¡Madre!, has de saber que cual reo en la trena he pagado mis penas, que fueron las tuyas, las que tú amamantaste. ¡Fallida nodriza! (¡Veinte años no es nada! ¡Que febril la mirada!, aunque las nieves del tiempo ya plateen mi sien). ¡Yo!, mal filósofo, peor psicólogo de vida mundana, pues nunca fui libre para decidir si debía de dejar de ser libre. ¡Yo!, de “ego” débil y frágil, de “super-ego” fuerte, rígido y exigente, y de “ello” de desbordante libido, cual mal encauzado fulgurante sentido. Pues traición y quimera es vivir el “Pathos” como “Eros” y el “Eros” como “Pathos”. Pasión tenebrosa es querer seducir con lágrimas de infausta fortuna, de lo femenino lo eterno que en ellas habita. ¡Que a mí me desborda! ¡Que a mí me palpita!
Por eso, ¡Madre!, ¡y escúchame bien!, yo soy aquel que ahora liberto…de ella, de ésta, de la perpetua y la misma, de la que con histérica pose, “belle indiference”, por “Chanel” perfumada, con lencería de lujo vestida y por mí…y por mí desnudada, tú maltrataste. A la que yo nunca amé y sí desprecié por no saber yo apreciarme. La que fue “Magdalena” de lágrimas paño, y buena samaritana de mi desdichada dolencia, de mi enfermiza presencia, de mi quejumbrosa ausencia… La que siempre y ahora, de piernas abierta, anuló mi conciencia… Calvario y sudario. Pañal y mortaja. Del moisés a la caja. A la que adicto, cual fiel heroína y en fin de semana…y en fin de semana… aún la devoro con saña en el parteluz de sus húmedos labios menores; sudado exudado, exhausto sorbiendo la hez de su menstruo. Su flujo y mi flujo, cual de marea reflujo. Pleamar, bajamar. Cadena y condena… Pues ella es la que en tiempos (y conmigo cual loco Quijote en el ristre la lanza), con mi enhiesta reja le labré mi simiente en la fértil tierra de su rica entraña; y de mi tronco parió dos frutas hermosas: Ismene y Antígona (¡o Higinia y Gabriela que lo mismo da!)…¿Era aquello Amor?...No lo tengo por tal en mi carne mortal.

Por eso, ¡Madre!, ¡y óyeme bien!, yo no quiero ser necio aprendiz de tahúr (fallido y fullero jugador sin ventaja, con barajas ajenas tan llenas de penas). ¡No!. No he de ser pues furtivo, cazador como el padre, pero de inciertas e infieles “piezas mayores en paños menores”. ¡No! ¡No!, que no quiero ser trivial, ni en el “fornicio” ni el vicio, en estos tiempos fallidos de falsas igualdades sexuales… tan nada sensuales.
Porque, ¡Madre!, yo soy como aquel visionario danés de escrupulosa conciencia, que murió prematuro atisbando un futuro, en el que, como yo ahora y siempre, busco y buscaba inocente a “Regina” (mi Regina Olsen). Pues con torpe sordina yo soy imposible Don Juan, (y de sus múltiples máscaras, “Burlador de Sevilla”), que frente al sabio “Tresguerres”, de ovetense ciudad, prefiero,…de los amores,… ¡el Amor! ¡Así con mayúsculas! Aunque del enamoramiento el tormento no me pueda librar. ¡Yo!, tan tímido. ¡Yo!, el erotómano. El de Ashbee lector. ¡Yo!, que de lunes a viernes,…que de lunes a viernes temblando con pánico miedo, llamo “rosas” por nombre inocente a las que medroso siento como espinas clavadas… ¡dolientes!
Mas todavía, ¡Madre!, ¡y entiéndelo bien!, un lunes, un martes o un miércoles, yo puedo ser un otro muy otro, cuando en el espejo de tu vida me miro, y aún yo en él bien me admiro. ¡Yo!, el que le escribe sonetos y le piensa canciones (que son oraciones que son bendiciones), a la que, cuadrando ecuaciones y enlazando electrones, absorto contemplo por su rostro y nombre de santa. Tonadas de antaño, de mi bisabuela, que nada le dicen en tiempos de hogaño (“Eres bonita y mimbreña, como junco de ribera, de entre las mozas de este pueblo tú te llevas la bandera”. O esta otra: “En el rostro tienes pecas, en la garganta lunares y en el corazón más virtudes que rosas en los rosales, que velas en los altares”).
¡Ella!... ¡tan… minimalista! Que es posmoderna Diotima y aún no lo sabe. Que…, muy al uso de hoy, se siente segura y no me acepta un piropo, por serle un enojo que causa desaire mas no da sonrojo. De “ideológico género” con no ser feminista. Que,… muy sibarita, cata “Albariño” y langosta degusta. ¡Y me gusta!... ¡Yo!, que le suspiro y le exclamo, pues como el poeta, con Lope, sé, que un invierno solo es sólo un averno (“cielo que en un infierno cabe”). ¡Yo!,… que de soslayo la miro y admiro su alma y su aplomo, y no sólo sus rizos color de rubia cerveza, o sus ojos de miel de mil flores, o sus labios de dulce-amarga cereza. ¡Yo!,… que la quiero por buena, pues no tiene hermanos y por demás cariñosa cuida a sus padres con el afán de sus manos. ¡Y aún más! ¡Y aun más!... Que me infunde un numinoso respeto, un tan religioso respeto, que hiela mi sangre caliente y me enfrenta, ¡valiente!, al cruel “Can Cerbero”.
¡Yo!, ¡en fin!, que por no,… no mudar, ando demudado… pues de Cupido he recibido la flecha tras tantos años sin fecha, en esta misma estancia de exigua sustancia docente, con fingida apostura decente. ¡Yo!,… ¡Madre!, ¡Madre coraje!, que sé que es empeño imposible, que es ella mucha persona, mujer muy corrida, mucha hembra vivida. Que es viga derecha. Que,… ¡además!, es altiva y lozana sin ser andaluza,… que es casi “gallega”,… que es decir, de tino acertado cual sacerdotisa avisada. Donosura, sindéresis, buen juicio y cordura. Que,… prevenida y madura, ya me tiene advertido y bien recordado, que es señora y casada, ¡y muy bien casada!,… con el Padre del Cristo yacente que el “cielo le tiene prometido”… ¡Y yo tan rendido!... ¡Ella!, que para todo tiene respuesta, ¡dispuesta!, y que en todo se cuida y se mide sensata, aunque de Aristóteles no sepa una letra ni encuentre una errata. Que…, muy fumadora, de mi alma entera, erótica en suma, es gran filósofa, de socrática ironía y gran entereza. ¡Y vaya presteza! ¡Y vaya certeza! Por ella, ¡Madre!,… ¡tan sabia!... yo he recordado,… yo he recordado que no es lo mismo amar con Amor que de otra y por otra estar enviciado, estar “enco…”.
¡Madre!, ¡¿dime entonces como puedo vivir esta lenta agonía?! Si por su perfume ya casi desmayo, si llevo en mi boca sabor de su boca y no la he besado, si mis manos pueden dibujar su cuerpo sin haber pecado. Si sueño despierto de “los rizos del monte ascender, en Venus, hacia la rosácea aureola de sus albas y níveas colinas de Leda”.
Ahora, ¡Madre!, ¡¿cómo le digo al barquero que espere, si casi cegado ella a mí me ha absorbido?! ¡Madre! ¡¿Que de la negra laguna detenga ya el tiempo que se me ha consumido?! Que sí, ¡Madre!, ¡morir quisiera!, y ya nada importa, si expirar cabalgando pudiera tan hermoso corcel. Que yo al Hades bajara gustoso, ¡postrado de hinojos!, si conmigo ella descendiera de la mano cogidos,… con mis ojos en sus ojos clavados. Y así, a la vera del Tormes o en la ría del Eo, muriera por manos de Dios castigado en desigual desafío… ¡Que duelo tan frío! ¡Que empeño tan pío!
Por eso, ¡Madre!... ¡Madre Yocasta!, ¡Madre Florinda!... ¡no sientas pena!, y no te arrepientas que no me arrepiento y no te avergüences que no me avergüenzo y no te sonrojes que no me sonrojo. Que yo, ¡tu hijo!, cuando se enamora y se enamora de veras, cual fecundo Poros y humilde Penía, exclama a Afrodita (que,... ¡maldita sea!, ¡no es hembra maldita!). Por eso yo soy aquel, de rota entretela cordial que palpita. Y a ella aún se atreve a susurrarle lágrimas con su torpe palabra angustiada. ¡Que no veo salida ni encuentro la entrada!: (“aun con fiel pasión vital que desfallece por tempestad de amor que te protesta”) ¡Y que ya!, ¡y que ya sé que es casada!
Por eso, ¡Madre!, yo soy esa herida, conciencia con llaga y costura, pero hombre muy hombre, Jano bifronte siempre y todavía, pero muy humano, que cuando se enamora y se enamora de veras,…en las primaveras,…Cuando me enamoro y me enamoro de veras,… con pasión bien certera,… todavía les llora, les llora por ti…por ti a las mujeres… Todavía le lloro, y le lloro por ti,… a mi vida… mi muerte… y mi santa abulense. ¡La “de Cepeda y Ahumada”!.

Orfeo