domingo, 26 de agosto de 2007

La nueva inteligencia política: sobre "Political Brain" de Drew Western




Recientemente el Dr. Drew Westen publicó su más reciente investigación con el título Political Brain (cerebro político). Westen es experto en psicología política y psicólogo clínico y de personalidad de los departamentos de psiquiatría y de ciencias de la conducta de la Universidad de Emory, en Atlanta.

El autor señala que siempre le llamó la atención que a pesar de que tienen registros de militantes numéricamente superiores y sus valores políticos y postulados económicos son compartidos por más norteamericanos, los demócratas pierden elecciones con más frecuencia que los republicanos. Señaló también que encontró que las elecciones se ganan en el “mercado de la emoción” y no en el de la razón y que cuando emoción y razón combaten, ésta pierde invariablemente.

Esto se debe, dice, a que los republicanos entienden mejor el cerebro político y apelan mejor a la emoción, y que por ello en los últimos 30 años han ganado más ocasiones la presidencia y los presidentes republicanos en funciones se han reelegido con más facilidad, mientras que los demócratas no han entendido que los datos duros por sí mismos no conducen a la victoria.

Political Brain afirma que la concepción moderna de la mecánica de la mente humana no tiene nada que ver con la manera en que funciona efectivamente. El autor y un grupo de neurólogos estudiaron a finales de 2004, en plena campaña presidencial, los procesos cerebrales de militantes partidistas cuando procesan nueva información política, potencialmente incómoda.

El objetivo del experimento era ponerles retos de razonamiento que llevarían a un no militante a una conclusión lógica, pero que orillaría a un militante a enfrentar una antinomia entre la dicha conclusión y su fervor partidista. Se trataba de inducir una disonancia entre evidencia y emoción. La hipótesis era: si datos y deseo chocan, el cerebro político buscaría “razonar” hacia la conclusión deseada.Westen presentó en enero pasado los resultados en la Octava Conferencia Anual de la Sociedad de Psicología Social y de la Personalidad en Memphis, Tennessee, y confirmó que cuando un militante se enfrenta a información política discordante (como francas inconsistencias entre dos discursos de un candidato, o entre lo que dice y hace) trata de obtener conclusiones predeterminadas y emocionales por naturaleza y que en el proceso le da mayor peso a la evidencia confirmatoria y desdeña la contradictoria.

El militante logra todo esto debido a que su cerebro activa una red neuronal que le produce estrés y reacciona disipando esa incomodidad a través, inclusive, de razonamientos incorrectos. Se descubrió además otra peculiaridad: así como se apagaron los circuitos neuronales de las emociones negativas, se encendieron los de las positivas e inclusive los de las sensaciones de recompensa. Las conclusiones de Westen son dos con sus respectivas implicaciones para aquellos que hacen política o la estudian.

Primera, que los candidatos de los partidos grandes, cuando están en campaña, no deberían preocuparse por tratar de atraer a los militantes de otros partidos, sino esforzarse por persuadir para su causa al 10% o 20% de los electores del centro llamados cambiantes (o swichters) y que sumados a su base partidaria tradicional, generalmente de alrededor de 30%, podrían darle la victoria. Segunda, que el cerebro político es un cerebro emocional; que no estamos ante una máquina de cálculo desapasionado que busca objetivamente los hechos y las cifras adecuados para tomar una decisión razonada.

Con estas conclusiones, el autor propone un nuevo tipo de inteligencia: la inteligencia política, con estos componentes: inteligencia emocional, empatía, habilidad para emanar y convocar confort o bienestar, y habilidades para formar coaliciones y administrar jerarquías e inteligencia general.

Ahora bien, la inteligencia política se refiere no sólo a la del electorado, que al parecer evalúa y califica candidatos en siete segundos aún antes de que pronuncien una palabra; sino a la que deberían proyectar los propios candidatos y sus mensajes de campaña, como lo hicieron exitosamente Reagan y Clinton, espléndidos comunicadores de gran inteligencia política y que, además de desbancar a un presidente en funciones, (Carter y Bush padre, respectivamente) lograron reelegirse 4 años después. O sea, a mayor inteligencia política del candidato, mayores posibilidades de que resulte victorioso.

Decía David Hume que la razón es esclava de la emoción y en política electoral el aserto cobra cada día más peso. Los partidos mexicanos deberían empezar a diseñar sus campañas y a seleccionar sus candidatos con otros parámetros; los de la inteligencia política, que por ningún motivo debería ser desestimada debido a que, celebro informar, no estamos ante un descubrimiento menor.A describir los componentes de la inteligencia política y a ofrecerle adicionales reflexiones sobre la nueva centralidad de las ciencias neurológicas en política, dedicaré la segunda parte de este texto mañana domingo.

Baste ahora con transcribir una frase de Political Brain que bien podría ser el núcleo de la obra y la semilla de una nueva percepción política de la manera en que nuestros partidos hacen campaña y seleccionan candidatos: “No podemos cambiar la estructura del cerebro político, que representa millones de años de evolución, pero podemos cambiar la manera en la que le hablamos”.

Continuamos hoy con la inteligencia política que propone Andrew Westen en Political Brain. Esta nueva categoría de inteligencia se suma a una verdadera tendencia global en la materia. Recuerde los célebres libros de Daniel Goleman sobre la inteligencia emocional (1997), sobre la inteligencia social (2006) y la obra pionera: teoría de inteligencias múltiples de Howard Gardner (1993).

Se dice que la inteligencia política tiene varios componentes.

El primero es precisamente el de Goleman: la inteligencia emocional, que en pocas palabras significa la habilidad para manejar bien las emociones; reconocerlas, usarlas y controlarlas adecuadamente en nuestras interacciones sociales cotidianas.

El segundo es la empatía, que es la capacidad de identificación mental y afectiva con alguien y de compartir su estado de ánimo… una especie de facilidad para “leer” a nuestro interlocutor y entender y sentir lo que el de enfrente está sintiendo.

El tercer elemento es la habilidad de concitar bienestar o comodidad. Resulta que el cerebro político detecta fácilmente en el lenguaje corporal del candidato, la comodidad o la ansiedad de éste con la convivencia en general.

Para explicar el cuarto y quinto componentes (habilidades para formar coaliciones y para administrar jerarquías) Westen desmenuza el comportamiento y talento de algunos primates para navegar en sus redes sociales y de poder y que por razones de espacio no podemos abordar en esta ocasión.

El último elemento es lo que los psicólogos llaman inteligencia general, que es la capacidad de resolver problemas, pensar rápidamente y hacer o planear varias cosas a la vez.

Otra de las claves del libro es que los electores deciden su voto así: 80% de la decisión, basados en sus emociones y corazonadas y el 20% restante, con fundamento en los asuntos o temas electorales. Con este conocimiento, los republicanos han diseñado un método de campaña que le habla precisamente a ese 80% emotivo generalmente concitando miedo y odio (¿se acuerda del “peligro para México”?). Los demócratas, al contrario, dirigen sus mensajes políticos al 20% racional y en un divertido juego de palabras, el autor se explaya: los “republicanos gobiernan con fe e intuición pero hacen campaña con la ciencia más avanzada, mientras que los demócratas gobiernan con la ciencia más avanzada pero hacen campaña con fe e intuición”.

La verdad es que si bien Westen podrá ser llamado el pionero de la exploración de estos temas, las “neurociencias” han estado estudiando el cerebro político desde hace tiempo. En abril y agosto de 2004, el New York Times publicó dos reportajes sobre experimentos similares.

En el primero, los conductores sometieron por separado a un demócrata y a un republicano, a pruebas de lectura de resonancia magnética del cerebro. Resultó que es posible que hayan encontrado que el “cerebro demócrata” y el “cerebro republicano” existen como subespecies del cerebro político y que funcionan de manera distinta, ya que frente a imágenes del ataque terrorista del 9/11, se observó en el cerebro del sujeto demócrata mayor actividad en la amígdala, conjunto de neuronas con forma de almendra que se alojan en la base del cerebro y que desarrollan un papel primordial en la memoria y en la emoción; el miedo en este caso particular.

En el segundo reportaje, se recuerda una frase hoy célebre del líder parlamentario republicado Dick Armey: “Los liberales (los demócratas) en mi estimación, simplemente, no son gente brillante”. Sintaxis aparte, la oración, proferida en 2002, causó un escándalo político que luego el legislador quiso disolver aclarando: “los liberales son atraídos por ocupaciones del corazón” mientras que los republicanos favorecen “ocupaciones del cerebro” como la economía o las matemáticas.

Lo curioso de la frase es que despliega un conocimiento aproximado al funcionamiento verdadero de la mente pues en realidad nuestras convicciones de mayor compasión (término ligado al corazón demócrata) están ligadas, como ya se dijo a la amígdala.

Para ir terminando, Shanto Iyengar, director del laboratorio de Comunicación Política de Stanford dijo para el segundo de los reportajes del Times que la metodología usada en los experimentos es prometedora, que la investigación en ciencia política es 90% espuria y que cualquier esfuerzo para aislar las respuestas efectivas del votante o consumidor, ya sean neurológicas, verbales o conductuales, a los estímulos correspondientes, es un paso en la dirección correcta.

En cualquier caso, me parece que los descubrimientos relatados pueden emigrar fácilmente a las áreas de comunicación del gobierno y de la mercadotecnia, que siempre están emparentados con las palabras contienda y campaña. Tome lo siguiente en consideración: un estudio reciente de la Universidad de Arizona encontró que los electores generalmente desarrollan su simpatía por su partido aún antes de contar con un andamiaje de valores políticos específicos.

La emoción manda en campaña, pues. Y ganará la contienda el candidato con mayor inteligencia política. Eso alega Political Brain. Estudiemos a los candidatos y sus campañas con este nuevo enfoque en 2009. Tomemos nota. Platicaremos después.

Sergio J. González Muñoz
sergioj@gonzalezmunoz.comLa Crónica de Hoy
25/08/07

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una obra interesante, que invita a la reflexión sobre la concepción que los norteamericanos tienen de las personas y la política.

Ese reduccionismo mecanicista que cosifica al ser humano en una realidad casuística.

Es necesaria la deshumanización del ser humano, convertir al hombre en una variable dependiente es el objetivo que llevan persiguiendo los norteamericanos, sin conseguirlo, desde hace más de dos siglos. En la unión soviética se logró, y el resultado fue el que todos conocemos.

La libertad no es limitada, aunque nos inviten a pensarlo.