sábado, 6 de octubre de 2007

La asfixia de lo inolvidable

Asistimos impasibles a la ceremonia confusa del acto de vivir, mientras esta sociedad exhausta de nihilismo, va recogiendo los pasos perdidos del olvido.

Cada día somos más consumidores, y nos consumimos más consumiendo, y para todo para ésto, se requiere que produzcamos más y mejor; los temores de Marx han sido superados y "olvidados", ya no se nos enajena de los bienes de producción, sino del mismo producto, no sabemos siquiera que producimos y por qué lo hacemos.

Los mecanismo de persuasión a la aceptación del sistema como el mejor de los suicidios posibles, se han vuelto harto sibilinos, sean en forma de publicidad o propaganda, o simple discurso esperanzador; como legión de comparsas, vamos siendo ahormados discretamente a las necesidades de la obra que se representa, siendo imprescindible que nos olvidemos de nuestras propias necesidades, las más esenciales.

Es necesario consumir, ese ritual de adquisición que nos completa, mientras las leyes del marketing y sus profetas deciden lo que consumiremos durante el próximo mes, y así uno tras otro, hasta concluir nuestra existencia. Y la política es quizás el área de nuestra vida en la que más imperan los mecanismos del consumo ineficiente.

El espíritu de la democracia es la elección libre de nuestros representantes para que defiendan nuestros intereses ante los representantes de los que tienen intereses distintos. ¿Acaso no tenemos intereses comunes?. No, no hay intereses comunes, porque eso permitiría abaratar los precios, el coste de la vida, y distorsionaría la cadencia diletante del mercado.

Estamos condenados al "self-service", si ponemos gasolina, si vamos a un cajero automático, si consumimos hamburguesas en un Mc Donald´s, o si acudimos a un supermercado. Cualquier relación de un ser humano con una máquina es una alienación es si misma. No es cierto que este bricolage del trabajo abarate los precios, más bien encarece la vida. Pero funciona bien, y produce beneficios a alguien, aunque nos deshumanice.

El sistema nos fija y nos diseca, para que ocupemos el nicho que nos corresponde en el cementerio existencial; nuestro sistema civilizado del que sus portavoces hablan maravillas, está organizado según sus discursos para procurarnos el máximo bienestar, pero más bien ocurre lo contrario, es decir, el sistema vive del bienestar que nos falta, del que nos resta, de la alienación estúpida en que convierte nuestras vidas.

No trato de retornar al mundo de Rousseau y su parábola del buen salvaje, a la Arcadia feliz o a otras mitologías que denuncian lo que hay, renunciando al progreso, sencillamente quiero permitirme recordar las cosas que me hacen feliz, mientras tenga memoria, y propongo como acto de rebelión suprema el recuerdo de que somos seres humanos libres.

Pero con los niveles de productividad y consumo que se exigen en las sociedades avanzadas para "sobrevivir",cada día resulta más complicado leer alguna colección de palabras que nos despierte del sueño, ver un programa de televisión interesante, o escuchar una melodía "inolvidable".

Si, reivindico lo inolvidable, ese concepto se está reduciendo cada vez más en nuestras vidas, hay una conspiración para asfixiar lo inolvidable, que es precisamente lo que somos, por que la vida sólo es una colección de recuerdos inolvidables, esos momentos culminantes de nuestra existencia en que descollaron deseos, ilusiones o sueños hasta alcanzar la realidad. Somos lo que hemos sido.

Nadie recuerda lo trivial, la oficina, las instrucciones, o el color de la ropa del último ser humano que hayamos visto. Pero si la heroicidad de habernos sentido en plenitud. Ese encuentro con nosotros mismos en el acmé de nuestras posibilidades físicas y mentales, resulta embriagador y debe ser prohibido en este mundo represor, entre victoriano y calvinista, en el que existimos como podemos.

Repetid malditos

Estamos condenados a repetir, se nos educa para repetir, como si fuéramos máquinas, ¿o acaso ya somos ya máquinas?; todo son protocolos establecidos, actos mecánicos, excelencia organizacional, magníficas rutinas para acortar las dudas y erradicar los errores, y a esto lo denominan "calidad", sin sentir verguenza.

En estas condiciones es necesario olvidar, olvidarse de lo que somos y como somos, renunciar a ser, someter la existencia al modelo apto, y por supuesto, disfrutar de los logros de nuestro opulento y globalizado sistema, haciendo lo que debemos hacer, consumir para hipotecar nuestra existencia a la producción ininterrumpida, y el consumo que nos incompleta cada día más.

El código económico y político funciona por que nos permite comer todos los días a nosotros y a nuestros hijos, en proporción a nuestro miedo al cambio. Bien se encargan de mostrarnos todos los días las pateras, las guerras, las miserias y las hambrunas de otros lugares....

Asistimos impasibles al acto de cebar al monstruo que hemos creado, que cada día es más grande e imbatible. El dragón crece con cada príncipe derrotado, con cada princesa secuestrada. Solo el sueño arquetípico y compartido de su muerte puede liberarnos de la condena prometeica.

Quiero reivindicar el derecho a recordar, a tomar conciencia de lo que he sido, para saber quien soy y lo que puedo y espero ser; pero esto no resulta posible si no me excluyo y me aislo, no puede haber ya revoluciones de muchos, por que en esta vorágine entusiasta de toma y daca, todos padecemos una extraña enfermedad llamada amnesia, que se manifiesta inexorablemente en el encuentro con los otros.

Habrá sido por los golpes que hemos recibido, pero nuestra voluntad, el coraje de vivir contra los mezquinos guiones que nos asignan, han desfallecido hace tiempo. Procurar la felicidad en estas circunstancias es un auténtico acto revolucionario, digno de figurar en el panteón heroico de los profanadores.

Sólo resistir la epidemia alienante del olvido, se lleva la mayor parte de nuestra energía y de nuestra vida. "Olvidar es vivir", repiten los altavoces del sistema, como consigna de nuestra civilización, parece que recordar fuera una invitación a la misma muerte.

Recordemos lo que somos, para poder conocer lo que queremos, y luego, sin mayores pretensiones, convirtámoslo en inolvidable; no debemos consentir que en nuestra memoria habiten los recuerdos de lo que quieren de nosotros.

Recordemos hasta sentir la brisa marina en aquella playa de nuestros sueños, y el beso de nuestra madre en la mejilla antes de dormirnos, cuando éramos niños y pensábamos que la vida feliz era posible y que el miedo nos abandonaría cuando fuéramos mayores. Ya somos mayores, y seguimos con miedo, tal vez más que cuando éramos niños, y sin duda, mucho más doloroso.

Eranos

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