A pesar de los grandes avances de la tecnología y la ciencia, solo conocemos una pequeña parte de la realidad. Distingamos realidad conocida de realidad desconocida. La realidad conocida es la que fluye por el mundo del conocimiento, la que se intercambia, la que se enseña, la que se puede ver y entender. Pero al mismo tiempo hay una realidad desconocida, que no se ajusta a nuestra forma de conocer.
La cultura occidental nos enseña a conocer de una determinada forma, según unos criterios establecidos de antemano. El mundo debe funcionar según esos criterios y en las ocasiones en que esto no ocurre, se considera que el fallo está en el mundo, no en nuestro criterio.
Pero sin embargo, desde la implantación de los relativismos en nuestra forma de pensar, hemos comenzado a dudar de nuestra forma de conocer. Pequeñas y grandes teorías han ido brotando para explicar que es lo que ocurre en realidad, pero todas estas teorías tienen la pretensión de tener cabida en el gran buque de la ciencia. Sin embargo, son más bien teorías de patera que llegan por todas partes a la fortaleza que representa la historia de nuestro conocimiento.
La teoría del caos, la mecánica cuántica, la termodinámica, los fractales y otras muchos y novedosos paradigmas, se ajustan mal a lo que conocemos como ciencia; por lo que quedan dos alternativas: o la ciencia se amplía y las admite en su seno, o se quedan como extracientíficas como le ocurrió al psicoanálisis o la alquimia.
Para que la ciencia asuma que no es la dueña absoluta de la lógica racional, deben producirse muchos cambios, comenzando por las universidades, y continuando por los sistemas educativos.
La construcción del desconocimiento
Hoy se están enseñando numerosas creencias científicas a la inmensa mayoría de los estudiantes, que no soportan la criba de la razón. Es decir, se está engañando a los que aprenden, por que mientras ellos piensan que están adquiriendo conocimientos irrefutables, están siendo sometidos a un proselitismo mitológico. El logos, se ha desplazado una vez más, fuera del redil educativo.
Pero además, al decirle a los alumnos que el conocimiento racional es lo que se enseña, y pudiendo comprobar por sí mismos, al consultar cualquier revista de divulgación científica o una determinada página de internet, que las cosas no son exactamente así, lo que se está produciendo es una incredulidad en las fuentes. Esto es un difícil problema, por que perdida la confianza resulta muy difícil recuperarla, al igual que ocurre con la fe en las religiones.
Llegados a este punto, se puede decir que nuestros sistemas educativos se ocupan de enseñarnos a desconocer más que a conocer. Se está construyendo el desconocimiento disfrazado de conocimiento. El envoltorio es magnífico, pero el contenido es patético. Pero viene bien, en una época de apariencias como la nuestra que la marca "ciencia" no contenga solo ciencia, o mejor dicho toda la ciencia. Eso abre grandes posibilidades para el futuro.
Definitivamente, en los sistemas educativos actuales se aprende a desconocer, no es cierto que la educación iguale a los estudiantes en conocimientos adquiridos, más bien lo que hace es equipararlos en ignorancias irredentas. Es decir, todos los alumnos de bachiller de los países occidentales desconocen lo mismo y de la misma forma.
Pero en la construcción de la incultura, hay un peligro todavía mayor, cuando se dice que los conocimientos que se enseñan son el resultado de operaciones racionales contrastadas e irrefutables, "verdades científicas". Esto obliga a pensar que todo lo que no sea ciencia es irracional, lo que es sin duda un error estrafalario. El psicoanálisis por ejemplo, tras cumplirse 150 años del nacimiento de su fundador, es de una racionalidad aplastante, pero sin embargo no es científico.
Pero hay otros peligros. Un estudiante que obtenga matrícula de honor en todas las asignaturas del último curso de bachiller, llegará a la universidad con la conciencia de que sabe todo lo que hay que saber, lo que le hace sentir cierta propensión al dogmatismo. Negará lo que no coincida con sus conocimientos y por un fenómeno como el de la disonancia cognitiva, tratará de cerrar su conocimiento a "las mentiras" que provienen del exterior de la fortaleza científica. Este estudiante con el tiempo puede llegar a ser catedrático, y seguirá cometiendo el mismo error al dictar clases a sus alumnos.
Siempre me ha hecho sonreír el contemplar a muchos avezados científicos llenándose la boca con palabras y conceptos como validez, significación, fiabilidad, cumplimiento de criterios, no susceptible de falsación, irrefutable o cosas similares, por no hablar de cuestiones estadísticas o informáticas, sin tener ni pajolera idea de gnoseología o epistemología. Habitualmente con una pregunta que se salga del guión se descubre su auténtico bagaje intelectual.
El Renacimiento del alma
He pensado que en relación a la ciencia y la razón, se puede comprender a Jesucristo encolerizado cuando entró en el templo y lo vio lleno de fariseos y mercaderes. Pero tras Russell y Wittgenstein parece que no han surgido rebeldes.
También resulta paradójico que los jóvenes actuales, en la época de la historia humana en la que se dispone de más conocimientos asequibles, tengan tan poco interés por adquirirlos. Y sin embargo dediquen la mayor parte de su tiempo a comunicarse de cualquier manera. El tiempo dedicado a la comunicación está desplazando cada día más el que se dedicaba a la adquisición de conocimientos.
Esto es una auténtica revolución, por que el ser humano está recobrando el interés por lo ajeno, ahora que el mundo puede conocerse al instante consultando internet. El siglo XXI es la era del conocimiento interior (psicología) y del conocimiento de los demás (antropología, sociología). Pero también una invitación a la percepción sensible, a los jóvenes les interesa mucho más saber lo que se siente, que conocer lo que se sabe. ¿Estamos asistiendo a un Renacimiento del alma?
Los jóvenes de hoy son exploradores de sí mismos. En el siglo XVI interesaba conocer el mundo (se producen los grandes descubrimientos de la geografía, de la ciencia, del arte), el siglo XVII fue el del intercambio y el comercio, el XVIII el de la organización social y política y conocimiento de la naturaleza (humana y del mundo), el XIX fue el siglo de la ciencia y la revolución industrial y económica, el siglo XX, el de la conquista de la salud, de la luna, del dominio de la técnica y de la creación continuada de riqueza, el XXI ha de ser la centuria del conocimiento del hombre, del de la relación consigo mismo y con los demás.
Para que esto pudiera ocurrir se necesitaban varias cosas, la llegada del relativismo que no es otra cosa que la recuperación de la subjetividad, la riqueza productiva, el consumo organizado, el despunte tecnológico, la globalización, las comunicaciones instantáneas, el acceso asequible a la acumulación de conocimientos, y el agnosticismo religioso, político y científico, que permite volver a cuestionar los conocimientos sobre la realidad. Todo esto se está produciendo.
Tras las convulsiones que entraña un cambio de esta magnitud, surgirá un mundo nuevo, habitado por seres humanos más completos, que serán capaces de vivir en plenitud y de forma independiente, pero extraordinariamente solidaria.
Lamentablemente, ni los políticos, ni los profesores, ni los científicos, ni los administradores de fondos públicos, ni los medios de comunicación se han enterado del cambio que está ocurriendo, y están condenados a que se los trague el tiempo. El mundo del mañana será mucho más humano, por que los seres humanos serán al fin humanos, y no simplemente ahormados por una civilización determinada.
Nuestros hijos ya piensan de forma diferente a la nuestra, ahora cuenta más vivir que prepararse para vivir; conocerse a sí mismos y a los demás antes que conocer el mundo; soñar antes que evaluarse; equivocarse antes que conocer errores; ser antes que tener; disfrutar antes que sufrir; comunicarse antes que pensar.
El futuro es suyo. Doy la bienvenida a los invasores del tiempo. Hasta ahora nos hemos preocupado de cómo se hacen las cosas, ellos van a ocuparse de hacerlas, siempre que el lavado de cerebro que pretenden imponerles con educaciones para la ciudadanía, enseñanzas patrióticas nacionalistas, y otros fanatismos organizados desde la propaganda, no les distorsionen las neuronas, ni los deseos.
Erasmo
La cultura occidental nos enseña a conocer de una determinada forma, según unos criterios establecidos de antemano. El mundo debe funcionar según esos criterios y en las ocasiones en que esto no ocurre, se considera que el fallo está en el mundo, no en nuestro criterio.
Pero sin embargo, desde la implantación de los relativismos en nuestra forma de pensar, hemos comenzado a dudar de nuestra forma de conocer. Pequeñas y grandes teorías han ido brotando para explicar que es lo que ocurre en realidad, pero todas estas teorías tienen la pretensión de tener cabida en el gran buque de la ciencia. Sin embargo, son más bien teorías de patera que llegan por todas partes a la fortaleza que representa la historia de nuestro conocimiento.
La teoría del caos, la mecánica cuántica, la termodinámica, los fractales y otras muchos y novedosos paradigmas, se ajustan mal a lo que conocemos como ciencia; por lo que quedan dos alternativas: o la ciencia se amplía y las admite en su seno, o se quedan como extracientíficas como le ocurrió al psicoanálisis o la alquimia.
Para que la ciencia asuma que no es la dueña absoluta de la lógica racional, deben producirse muchos cambios, comenzando por las universidades, y continuando por los sistemas educativos.
La construcción del desconocimiento
Hoy se están enseñando numerosas creencias científicas a la inmensa mayoría de los estudiantes, que no soportan la criba de la razón. Es decir, se está engañando a los que aprenden, por que mientras ellos piensan que están adquiriendo conocimientos irrefutables, están siendo sometidos a un proselitismo mitológico. El logos, se ha desplazado una vez más, fuera del redil educativo.
Pero además, al decirle a los alumnos que el conocimiento racional es lo que se enseña, y pudiendo comprobar por sí mismos, al consultar cualquier revista de divulgación científica o una determinada página de internet, que las cosas no son exactamente así, lo que se está produciendo es una incredulidad en las fuentes. Esto es un difícil problema, por que perdida la confianza resulta muy difícil recuperarla, al igual que ocurre con la fe en las religiones.
Llegados a este punto, se puede decir que nuestros sistemas educativos se ocupan de enseñarnos a desconocer más que a conocer. Se está construyendo el desconocimiento disfrazado de conocimiento. El envoltorio es magnífico, pero el contenido es patético. Pero viene bien, en una época de apariencias como la nuestra que la marca "ciencia" no contenga solo ciencia, o mejor dicho toda la ciencia. Eso abre grandes posibilidades para el futuro.
Definitivamente, en los sistemas educativos actuales se aprende a desconocer, no es cierto que la educación iguale a los estudiantes en conocimientos adquiridos, más bien lo que hace es equipararlos en ignorancias irredentas. Es decir, todos los alumnos de bachiller de los países occidentales desconocen lo mismo y de la misma forma.
Pero en la construcción de la incultura, hay un peligro todavía mayor, cuando se dice que los conocimientos que se enseñan son el resultado de operaciones racionales contrastadas e irrefutables, "verdades científicas". Esto obliga a pensar que todo lo que no sea ciencia es irracional, lo que es sin duda un error estrafalario. El psicoanálisis por ejemplo, tras cumplirse 150 años del nacimiento de su fundador, es de una racionalidad aplastante, pero sin embargo no es científico.
Pero hay otros peligros. Un estudiante que obtenga matrícula de honor en todas las asignaturas del último curso de bachiller, llegará a la universidad con la conciencia de que sabe todo lo que hay que saber, lo que le hace sentir cierta propensión al dogmatismo. Negará lo que no coincida con sus conocimientos y por un fenómeno como el de la disonancia cognitiva, tratará de cerrar su conocimiento a "las mentiras" que provienen del exterior de la fortaleza científica. Este estudiante con el tiempo puede llegar a ser catedrático, y seguirá cometiendo el mismo error al dictar clases a sus alumnos.
Siempre me ha hecho sonreír el contemplar a muchos avezados científicos llenándose la boca con palabras y conceptos como validez, significación, fiabilidad, cumplimiento de criterios, no susceptible de falsación, irrefutable o cosas similares, por no hablar de cuestiones estadísticas o informáticas, sin tener ni pajolera idea de gnoseología o epistemología. Habitualmente con una pregunta que se salga del guión se descubre su auténtico bagaje intelectual.
El Renacimiento del alma
He pensado que en relación a la ciencia y la razón, se puede comprender a Jesucristo encolerizado cuando entró en el templo y lo vio lleno de fariseos y mercaderes. Pero tras Russell y Wittgenstein parece que no han surgido rebeldes.
También resulta paradójico que los jóvenes actuales, en la época de la historia humana en la que se dispone de más conocimientos asequibles, tengan tan poco interés por adquirirlos. Y sin embargo dediquen la mayor parte de su tiempo a comunicarse de cualquier manera. El tiempo dedicado a la comunicación está desplazando cada día más el que se dedicaba a la adquisición de conocimientos.
Esto es una auténtica revolución, por que el ser humano está recobrando el interés por lo ajeno, ahora que el mundo puede conocerse al instante consultando internet. El siglo XXI es la era del conocimiento interior (psicología) y del conocimiento de los demás (antropología, sociología). Pero también una invitación a la percepción sensible, a los jóvenes les interesa mucho más saber lo que se siente, que conocer lo que se sabe. ¿Estamos asistiendo a un Renacimiento del alma?
Los jóvenes de hoy son exploradores de sí mismos. En el siglo XVI interesaba conocer el mundo (se producen los grandes descubrimientos de la geografía, de la ciencia, del arte), el siglo XVII fue el del intercambio y el comercio, el XVIII el de la organización social y política y conocimiento de la naturaleza (humana y del mundo), el XIX fue el siglo de la ciencia y la revolución industrial y económica, el siglo XX, el de la conquista de la salud, de la luna, del dominio de la técnica y de la creación continuada de riqueza, el XXI ha de ser la centuria del conocimiento del hombre, del de la relación consigo mismo y con los demás.
Para que esto pudiera ocurrir se necesitaban varias cosas, la llegada del relativismo que no es otra cosa que la recuperación de la subjetividad, la riqueza productiva, el consumo organizado, el despunte tecnológico, la globalización, las comunicaciones instantáneas, el acceso asequible a la acumulación de conocimientos, y el agnosticismo religioso, político y científico, que permite volver a cuestionar los conocimientos sobre la realidad. Todo esto se está produciendo.
Tras las convulsiones que entraña un cambio de esta magnitud, surgirá un mundo nuevo, habitado por seres humanos más completos, que serán capaces de vivir en plenitud y de forma independiente, pero extraordinariamente solidaria.
Lamentablemente, ni los políticos, ni los profesores, ni los científicos, ni los administradores de fondos públicos, ni los medios de comunicación se han enterado del cambio que está ocurriendo, y están condenados a que se los trague el tiempo. El mundo del mañana será mucho más humano, por que los seres humanos serán al fin humanos, y no simplemente ahormados por una civilización determinada.
Nuestros hijos ya piensan de forma diferente a la nuestra, ahora cuenta más vivir que prepararse para vivir; conocerse a sí mismos y a los demás antes que conocer el mundo; soñar antes que evaluarse; equivocarse antes que conocer errores; ser antes que tener; disfrutar antes que sufrir; comunicarse antes que pensar.
El futuro es suyo. Doy la bienvenida a los invasores del tiempo. Hasta ahora nos hemos preocupado de cómo se hacen las cosas, ellos van a ocuparse de hacerlas, siempre que el lavado de cerebro que pretenden imponerles con educaciones para la ciudadanía, enseñanzas patrióticas nacionalistas, y otros fanatismos organizados desde la propaganda, no les distorsionen las neuronas, ni los deseos.
Erasmo
No hay comentarios:
Publicar un comentario